Cada mañana una cascada de neurotransmisores y hormonas nos despiertan de nuestro letargo nocturno. Durante el mismo ha habido momentos de total inconsciencia. No es de extrañar que en la cultura se hayan asociado tantas veces y de tantas maneras el sueño con la muerte. Estar vivo es, más allá de los procesos metabólicos que sirven de cimiento a la vida como tal proceso metabólico, estar despierto y consciente. Lo demás son automatismos que, con toda su complejidad, poco se diferencian, en lo esencial, de la nada.
En algún momento de la evolución, todavía por determinar, los organismos comenzaron a ser conscientes. De entonces ahora, momento desde el que miramos al pasado preguntándonos por los orígenes de tan extraña cualidad de la materia, se han ido desarrollando por distintas vías, en distintas especies, pero convergiendo a un fin común -que es el ser y estar en el mundo de forma adecuada para la propia supervivencia- los mecanismos de la percepción de los estados corporales, el mundo exterior y los propios procesos mentales.
A día de hoy se puede hablar al menos de dos grandes teorías sobre la consciencia y sus orígenes. Una es la del Premio Nobel Gerald Edelman, según la cual el nacimiento de la consciencia estaría asociado al de la primera percepción integrada del mundo exterior. La otra la ha propuesto el neurofisiólogo comparado australiano Derek Denton, y atribuye el nacimiento de la consciencia a los perceptos constituidos por las primeras emociones, conocidas como emociones primarias: hambre, sed, sueño, deseo sexual...provenientes del interior del organismo. Todos estos perceptos tienen en común que son sentidos muy intensamente y que impelen a la acción en el mundo exterior.
La lógica aplastante de la hipótesis de Denton la podemos encontrar en nosotros mismos: no hay sensación más apremiante y de la que seamos más consciente que la de falta de alimento, aire, agua....y es imperiosa la necesidad de satisfacerlas, que nos mueve a la acción en el entorno, poniendo los medios para alcanzar el fin de la supresión del malestar. Tal como dijera el Economista austriaco Ludwig Von Mises en su Acción Humana, toda acción está encaminada a mejorar las personales circunstancias, a eliminar una sensación desagradable, un malestar.
En la obra maestra El Despertar de la Consciencia, Derek Denton hace un monumental y fundamental trabajo de exposición de los descubrimientos, experimentos y datos empíricos que apoyan su tesis, aportados por la fisiología comparada, la etología y las neurociencias, desde la búsqueda de sal de elefantes en cuevas oscuras de difícil acceso hasta las neuroimágenes de los cerebros de personas sometidas a un estado de necesidad primaria.
La consciencia nació con la primera emoción. Con posterioridad las emociones se fueron haciendo más complejas, y los seres vivos más vivos, más conscientes. La percepción integrada del mundo exterior es el producto final de un trabajo realizado a lo largo de millones de años por la necesidad, expresada en percepciones y traducida en acciones por las emociones.
1. ¿Qué sabemos hoy de la consciencia?
1. ¿Qué sabemos hoy de la consciencia?
Durante los últimos cincuenta años ha habido grandes avances en la investigación de la consciencia. La localización de funciones particulares dentro del cerebro ha avanzado dramáticamente. De manera similar, las interconexiones entre áreas que sirven a funciones específicas también ha avanzado en grado comparable. Está emergiendo, en cierta medida, una comprensión integrada. Por ejemplo, las observaciones experimentales sobre los cambios cognitivos en pacientes con “cerebro dividido” subrayan la validez de la idea de que el carácter del estado de consciencia se basa en las neuronas particulares que entran en acción. Esto es, el “cerebro dividido” significa cortar los 200 millones de fibras nerviosas del cuerpo calloso, que une los dos hemisferios cerebrales. Esto se hace en casos graves de epilepsia. La situación que emerge experimentalmente es que un lado del cerebro no sabe lo que el otro sabe. La función de las dos masas neurales está disociada por completo en términos de actividad cognitiva.
Esto atestigua contra el “dualismo” de cerebro y mente propuesto por Descartes: la mente (y el alma) como entidades diferentes del cerebro. En este debate, Isabel de Bohemia dirigió una respuesta inequívoca a su maestro, Descartes, con estas o parecidas palabras: “si el alma posee por completo la facultad y el hábito del raciocinio directo, ¿por qué son estas facultades tan alteradas por un acceso de los vapores?”. Esto subraya el hecho evidente de que, entre otras cosas, la operación del cerebro puede ser determinada por los caprichos de la química de la sangre que lo atraviesa. Una química distorsionada o las drogas pueden convertir una mente excelente en un imbécil. La mente es lo que el cerebro hace. Esta propuesta excluye el dualismo en el sentido de una mente independiente de la función cerebral.
La consciencia, o el estado subjetivo, es el conocimiento de las propias percepciones. Estas pueden surgir del mundo exterior y ser detectadas por los receptores a distancia, por ejemplo ojos, oídos o nariz. O la percepción puede resultar de los interoceptores (sensores internos) donde, por ejemplo, un incremento del dióxido de carbono de la sangre puede causar “avidez de aire”, o el ascenso de la concentración de sodio generará sed. La diversidad del origen de las percepciones es enorme; puede reconocerse que pueden surgir también del cerebro mismo en virtud de la memoria, o, otro ejemplo, por la llamada propiocepción del interior del cuerpo mismo, que señala la posición de miembros, articulaciones y músculos.
Aunque, como queda dicho arriba, ha habido grandes avances en nuestro conocimiento, es patentemente claro que sigue siendo un gran misterio cómo puede una avalancha de señales eléctricas de la retina, al pasar por el nervio óptico al cerebro, hacer surgir una sensación de rojo; o una cadena de impulsos a lo largo del nervio olfatorio generar el estado subjetivo de experimentar olor a rosas. Puede pasar mucho tiempo —décadas o siglos— antes de que lo entendamos, y muchos científicos se preguntan si queda por descubrir algún principio o proceso físico completamente nuevo que proporcione una pista en esta área de lo desconocido.
2. ¿Qué es el yo, desde un punto de vista evolutivo y neurocientífico?
La cuestión del “yo” puede verse como el ser consciente de la propia existencia. Ciertamente, el gran neurofisiólogo inglés J. Z. Young propuso que sería mejor reemplazar la afirmación de Descartes “pienso, luego existo” por “sé que estoy vivo”. Bertrand Russell hace notar que la fórmula “pienso, luego existo” no es muy sólida. Hay una idea oculta de que pensar es un proceso autoconsciente. Si no, podría también decirse “ando, luego existo”.
En busca de una medida operativa de la autoconsciencia, Gordon Gallup recurrió a experimentos con espejos y chimpancés. Mostró la capacidad de los chimpancés de reconocerse en un espejo. En principio, uno no puede examinar partes visualmente inaccesibles de su propio cuerpo (por ejemplo el interior de la boca, axilas y genitales) con ayuda de un espejo a menos que uno sepa quién es. Los chimpancés que se miraban en un espejo se llevaban el dedo a una marca roja que se les había pintado subrepticiamente sobre una ceja bajo anestesia. No llevaban el dedo a la marca roja de su imagen en el espejo.
Junto con Ann Kitchen y Linda Brent yo elaboré esto mostrando a chimpancés su imagen en un espejo deformante “de circo”, que los mostraba muy gordos o muy delgados y altos. Esto era completamente diferente de cualquier chimpancé o cualquier reflejo de sí mismos que hubiesen visto nunca. Aunque parecieron sorprendidos brevemente al principio, empezaron a moverse de lado a lado mientras miraban hacer lo mismo a su reflejo. Esto estableció experimentalmente que el movimiento de la imagen en el espejo era simultáneo al propio movimiento voluntario del chimpancé. ¡Esto pareció convencer al chimpance de que "soy yo"... y rápidamente perdía el interés. Si seguimos bajando por el árbol filogenético, ¿hasta dónde llega la autoconsciencia? En el mismo libro “Las emociones primordiales” refiero cómo el profesor Michael McKinley describe a un zorro cuya pata delantera estaba atrapada en un cepo. La pobre criatura, tras intentar maniobras para soltarse, se pone a roerse la pata sobre las mandíbulas de la trampa, y así acaba liberándose. Tal como yo lo veo el animal tiene un objetivo, un plan para escapar. Parece darse cuenta de que está capturado y de que la única salida es arrancarse la pata, lo que ha de ser enormemente doloroso. Esto es: al escapar, presumiblemente se da cuenta de que él, él mismo, está inmovilizado, y de que escapar requiere roerse la pata cualquiera que sea el dolor que venga de su propio cuerpo.
Bajando mucho más por el árbol filogenético, se puede reflexionar sobre la idea de que el dolor se define como sufrimiento consciente. Esto es distinto de la nocicepción, en la que, en caso de daño o trauma corporal, receptores específicos transmiten de forma refleja impulsos nerviosos para producir una retirada. Si consideramos un pez, como una trucha, tiene vías nerviosas (las vías espinotalámicas) como los vertebrados superiores. Cuando queda enganchada en la mosca o la cucharilla de un pescador, salta fuera del agua y sacude la cabeza, soltándose a veces del anzuelo y escapando. Tal vez esto es una reacción refleja al dolor y la sujeción, pero parece improbable que la maniobra de sacudir la cabeza sea resultado de la selección natural de un mecanismo de escape, ya que la pesca y los anzuelos son muy recientes para los peces. Sin embargo es posible que el pez desarrollase una conducta de sacudir la cabeza al capturar una presa. Es tal vez un conjetura plausible que el pez experimenta una restricción de sus intenciones y, como tal, se da cuenta de que algo sujeto a él y doloroso le está conteniendo. Se esfuerza por librarse del impedimento a su intención de ir en otra dirección, a donde esté su lugar de ocultación habitual.
3. ¿Qué son las emociones? ¿Qué son los sentimientos? ¿Cuál es su sentido evolutivo?
Las emociones son los elementos subjetivos, o conscientes, de los instintos. Los instintos son sistemas neurales genéticamente determinados que sirven a patrones de conducta que se han seleccionado naturalmente a lo largo de docenas de millones de años por su altísimo valor de supervivencia.
Los dos componentes del instinto son la sensación, que puede ser imperiosa, y la intención de actuar, que puede ser irresistible. Es de la máxima importancia en la fisiología integrativa de un animal el que el componente de sensación de un instinto es completamente específico. Usando como ejemplo las emociones primordiales o básicas, es evidente que con el hambre el deseo es específicamente de comida, no de conjugación sexual o agua; y, de manera similar, el ahogo evoca el deso compulsivo de inhalar aire y no otras acciones básicas. Es decir, hay esta notable especificidad de intención u objetivo con cada emoción individual, y esto nos habla de la elaborada organización neuronal para la supervivencia que ha supuesto la evolución del instinto.
William James hizo notar la inexorable unión de instinto y emoción. Hay una jerarquía de emociones, y las más básicas o primordiales, como sed, avidez de aire, dolor y hambre, programan una reacción al hecho de que puede estar amenazada la existencia misma del individuo. Son la base de la pirámide. Las emociones evocadas por los receptores a distancia (ojos, oídos, olfato) están, de parecida manera, genéticamente determinadas, pueden ser disparadas por percepciones de nivel situacional (ira, celos, amor, odio) y son el piso intermedio de la pirámide. Hay una cumbre, la representación piramidal figurativa de las emociones en forma de, por ejemplo, el placer emocional estético de escuchar a Bach o Mozart.
Distintos en alguna medida de las emociones son los “sentimientos”. Mientras que una potente emoción primordial puede tener poder plenipotenciario sobre el flujo de la consciencia y controlar totalmente la conducta, los sentimientos son mucho más una elaboración cognitiva de lo que puede haber sido inicialmente un proceso emocional. El elemento cognitivo, entre otras cosas, puede estar basado en la experiencia de lo que ocurrió en una situación anterior. Una tal memoria puede ser elaborada de diversas maneras por procesos cognitivos como la intuición, el juicio de la probabilidad de ciertas conductas, y el experimentar placer o incomodidad ante esa perspectiva. En verdad, el distinguido neurocientífico Bernard Baars ha propuesto la palabra “contexto” para designar los múltiples influjos cognitivos, incluída la memoria, que pueden determinar la disposición mental de alguien confrontado con, por ejemplo, una situación ligera o moderadamente evocativa. No todos los elementos o recuerdos que constituyen la disposición mental son necesariamente conscientes en un momento concreto.
No hay duda de que las emociones mismas, como patrones de conducta preprogramados, han evolucionado a lo largo de millones de años a causa de su alto valor de supervivencia. Las intenciones que encarnan, aunque no son infalibles, han evolucionado por ser aptas en las circunstancias que las evocan.
4. ¿Podría usted imaginar una consciencia sin emoción o emociones sin consciencia? ¿Podríamos decir, cambiando la frase de Descartes, “siento, luego existo”?
Es posible imaginar una consciencia sin empociones en términos de un primate semejante a un autómata, con si acaso un mínimo repertorio reactivo, pero con procesos cognitivos; un tipo bastante frío. Como se ha esbozado arriba, y en mi libro “Las emociones primordiales”, una emoción sin consciencia es contraria a la propuesta de que las emociones primordiales fueron el origen filogenético de la consciencia. Fueron la primera consciencia. Las emociones son altamente ventajosas para la supervivencia porque son conscientes. La consciencia es el elemento cardinal de la intención.
Como dijo Longuet Higgins: “Un organismo que puede tener intenciones, pienso, es uno del que puede decirse que posee una mente. Formar un plan y tomar la decisión de adoptar el plan. La idea de formar un plan a su vez requiere la idea de formarse un modelo interno del mundo.”
La idea de cambiar la famosa afirmación de Descartes “pienso, luego existo” a “siento, luego existo” concuerda con la propuesta de J.Z. Young, citada más arriba, de que esa afirmación podría ser, mejor, “sé que estoy vivo”.
5. Teniendo en cuenta nuestros interoceptores, ¿podemos decir que hay muchos más de cinco sentidos?
Sí. Hay otros procesos de percepción y sensación además de los cinco clásicos, vista, oído, olfato, gusto y tacto.
6. Si el que los elefantes busquen sal prueba su consciencia, ¿podría esta clase de búsqueda probar, en los humanos, que calculamos subconscientemente antes de tomar muchas de nuestras decisiones “racionales”?
Me cuesta entender esta pregunta tal como está planteada. Dado que hay procesos subconscientes, y ya que mi opinión sería que los elefantes son conscientes, es posible que los tengan, análogos a lo que parece ser el soñar en los perros. En cualquier caso, lo que se ha dicho en respuesta a las cuestiones planteadas más arriba subraya que los elefantes entran en la cueva y proceden en la oscuridad y evitan, gracias a la memoria, algunos riesgos sumamente peligrosos como simas entre rocas. Esto se logra con plena consciencia y también un complejo uso de la memoria, y los viejos enseñan a los jóvenes: una transmisión cultural de conocimientos. Lo hacen porque los procesos químicos de sus cerebros han elaborado un “apetito de sal” en circunstancias de deficiencia de sal corporal. Esta es su motivación y el estado subjetivo que la organización neural de este instinto específico ha elaborado. Usan sus facultades y su memoria para gratificarlo. Según estudios en los que a animales con déficit de sal se les ofrecía un surtido de diferentes sales, la apetencia es del todo específica para sales de sodio.
7. ¿En qué trabaja ahora? ¿Cuál es su máximo reto? ¿Cuál el misterio que soñaría con desvelar?
Estamos trabajando ahora en el análisis de las áreas del córtex cerebral, y otras, que se correlacionan con la actividad de la pared anterior del tercer ventrículo. Es aquí donde se localizan los sensores que reaccionan a cambios en la química de la sangre. Además, queremos investigar mediante estimulación magnética transcraneal (que altera la actividad eléctrica normal) las regiones de la circunvolución del cuerpo calloso que, según datos de neuroimaginería, parecen servir a la sensación subjetiva llamada “sed”. ¿Alterará la consciencia de la sed una alteración de la actividad eléctrica normal en esas zonas?
Sin embargo, un reto preeminente y estimulante es entender la organización biológica del cerebro que sirve a la gratificación de la sed, y, ya puestos, otros instintos.
Con la sed, nuestros experimentos en animales (por ejemplo ovejas) han mostrado que si se priva de agua a un animal durante, digamos, 24 o 48 horas y entonces se le ofrece agua para beber, la oveja beberá en 3-5 minutos una cantidad que repara precisamente su déficit de agua medido por la pérdida de peso corporal. Es un proceso preciso y rápido y, tras haber bebido, el animal ya no tiene ningún interés por el agua.
Esta conducta es la misma que la de los animales de caza en estado salvaje. Estos animales pueden necesitar viajar largas distancias hasta un abrevadero, y cuando llegan satisfacen su déficit muy rápidamente, en cinco o diez minutos, y dejan la zona. Los predadores carnívoros esperan en los abrevaderos para matar animales mientras beben. De esta manera, una satisfacción rápida y abandonar velozmente el lugar es un patrón de conducta de alto valor de supervivencia, que ha evolucionado a lo largo de millones de años.
Encontramos con técnicas de neuroimagen que que las activaciones en la parte anterior de la circunvolución del cuerpo calloso de seres humanos sedientos desaparece a los 3-5 minutos de beber agua, lo mismo que la sensación de sed. Parecería, pues, que esa región es un correlato neural de la consciencia de la sed.
Es evidente que el agua ingerida tardará 15-20 minutos en ser absorbida del estómago e intestino para cambiar la química de la sangre que llega al cerebro, y así “desconectar” el estímulo de la sed.
Así pues, el desafío es hallar el mecanismo neural en el cerebro que responde a la andanada de influjos neurales desde la boca, faringe, esófago y estómago causada por el beber, y que desconecta el mecanismo de la sed. Esto ocurre mucho antes de que el agua bebida pueda entrar en el torrente sanguíneo y corregir los cambios químicos que han ocurrido como resultado de la privación de agua. Está claro que la evolución de este mecanismo de gratificación rápida tiene un valor de supervivencia muy alto, y es pertinente para otros tipos de gratificación, como el lamer sal y la deficiencia de sal, y el hambre y su gratificación comiendo. Es un campo de la biología muy estimulante, con grandes implicaciones médicas.
Ref: http://ilevolucionista.blogspot.com
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