1.- ¿Qué nos dice la neurociencia sobre el yo y el libre albedrío? ¿Pueden extrapolarse algunas de sus conclusiones al terreno legal, político, sociológico…?
R.- Hoy por hoy lo que la neurociencia nos dice es que es muy posible que tanto el yo como el libre albedrío o la voluntad libre puedan ser una ficción cerebral, una más a las que el cerebro nos tiene ya acostumbrados. Respecto al yo, se suele decir que la vida humana está basada en tres grandes ilusiones: la ilusión del amor romántico, la ilusión del libre albedrío y la ilusión del yo. Sabemos que nada es permanente y, a pesar de ello, insistimos en la permanencia de esa construcción cerebral a la que llamamos yo y que suponemos no cambia a lo largo de toda la vida. En los Veda ya se dice que el yo es maya, o sea ilusión. El filósofo empirista, David Hume, decía que el yo es la suma de nuestras percepciones. Y hoy se pueden utilizar varios argumentos a favor de esa ilusión. En primer lugar, el desarrollo ontogenético, ya que ese yo aparece sólo tras algunos años de vida. En segundo lugar, que parece ser una construcción cultural, es decir, que la experiencia de nuestra propia persona depende del entorno cultural en el que esa persona se desarrolla. Y en tercer lugar, que ese yo no es indivisible, como lo muestra el caso de los enfermos con cerebro partido o escindido, donde existen dos yos diferentes, o en la enfermedad conocida como el trastorno de personalidades múltiples.
Por lo que respecta al libre albedrío, experimentos relativamente recientes, el último este mismo año, muestran que el cerebro se activa, cuando vamos a tomar una decisión, mucho antes de que tengamos la impresión subjetiva de libertad, o sea de decidir algo. Esta activación es inconsciente y puede llegar hasta los 10 segundos antes de la decisión. Por tanto, la impresión subjetiva de voluntad no es la causa de la activación cerebral, sino una consecuencia, al igual que la propia decisión.
Por lo que respecta a las consecuencias de estos hechos habría que decir que ya se está discutiendo, al menos en Alemania, la modificación del código penal. Si no somos libres, tampoco somos responsables, ni existe la culpabilidad, ni la imputabilidad, ni el pecado. Cualquier sociedad que se precie tendrá siempre que apartar de sí a los que no cumplan con las reglas que la misma sociedad ha establecido. Esto es lógico y también observable en animales que viven en sociedad y que están muy cerca de nosotros por su desarrollo cerebral. Pero lo que cambiaría es la imagen que tenemos de esos que trasgreden las reglas sociales. No seguiríamos considerándolos culpables. Por eso siempre he dicho que la neurociencia va a cambiar la imagen que tenemos de nosotros mismos y del mundo.
2.- En su reciente obra sobre el sexo del cerebro expone con claridad las evidencias que se derivan de los actuales conocimientos neurocientíficos sobre las diferencias anatómicas y funcionales de los cerebros masculino y femenino. Esto, conjuntamente con lo que muestra la psicología evolucionista ¿no echa por tierra algunas de las teorías sociológicas más radicales sobre la igualdad de los sexos, tan en boga hoy en día?
R.- Por desgracia suele confundirse la igualdad de los sexos ante la ley, la igualdad de oportunidades, la igualdad de salario por el mismo trabajo y todas las conquistas sociales en las que la mujer aún no ha sido equiparada al hombre con la igualdad biológica que, simplemente, es inexistente. No lo digo yo, sino todas aquellas mujeres neurocientíficas que se han ocupado de este tema. Sabemos todavía muy poco sobre esas diferencias anatómicas y funcionales. Estos conocimientos se han acumulado muy recientemente, a finales del siglo pasado, pero parece ser que son confirmados una y otra vez por experimentos y yo supongo que nos queda aún mucho por descubrir. Si los comportamientos de hombres y mujeres, así como de los que se dicen pertenecientes al tercer sexo son distintos entre sí, lo lógico es pensar que las estructuras cerebrales que controlan estos comportamientos sean asimismo distintas.
3.- La religión parece ser un fenómeno natural, no únicamente cultural, como suponen algunos. ¿No queda esto de manifiesto con sus correlatos neuronales? ¿Cuál diría que es su razón de ser, los atributos que permitieron su selección, su origen evolutivo? ¿Hasta qué punto diría que es necesaria?
R.- Yo no diría que la religión es un fenómeno natural, sino social. Lo que parece natural es la espiritualidad, la sensación de trascendencia, o sea, lo que es hoy posible provocar por medios artificiales y siempre lo fue con técnicas activas, pasivas o por medio de sustancias alucinógenas. Es muy probable que esta experiencia espiritual que surge de estructuras cerebrales cuando son activadas experimentalmente, o de manera espontánea, o por un tipo especial de epilepsia, tenga que ver algo con la religión, al menos con sus comienzos. No parece casual que los fundadores de religiones hayan tenido esta experiencia. Ahora bien, la interpretación de estos resultados puede ser distinta, como expresé en mi libro “La conexión divina”, ya que el creyente puede pensar en la intervención de Dios en el desarrollo de estas estructuras para que el ser humano pueda ponerse en contacto con Él. El no creyente puede considerar que ahí está uno de los orígenes del pensamiento espiritual y religioso. Falta por saber, desde el punto de vista científico, evolutivo, el valor de supervivencia que estas estructuras pueden tener. Sobre este punto hay muchas hipótesis, ninguna todavía lo suficientemente convincente. Mitigar la angustia, dicen algunos autores, que produce la consciencia de la muerte. Consuelo en la aflicción. Pero también puede ser que sea producto accesorio de otras funciones, como algunos autores suponen lo sería de la sexualidad. La proximidad anatómica de estas estructuras con las que sustentan la sexualidad en el cerebro y las connotaciones sexuales de estas experiencias estarían a favor de esta hipótesis. Pero, por ahora, ninguna es totalmente convincente.
R.- Tras la respuesta a esta pregunta hay una legión de neurocientíficos, filósofos, psicólogos evolutivos y un largo etcétera. Ni sabemos para qué sirve ni cuándo surge. Lo que sí sabemos es que cuando se dan situaciones de emergencia, el cerebro no confía en la consciencia, sino en estructuras cuya actividad es inconsciente. Respecto a la autoconsciencia, parece ser que la poseen otros animales aparte del ser humano, como el chimpancé, el delfín, la ballena y, últimamente, el elefante, porque todos ellos se reconocen a sí mismo ante un espejo. Gerald Edelman diferencia entre consciencia primaria y consciencia de la consciencia o consciencia de orden superior. La primera la poseerían muchos mamíferos, la segunda sería exclusiva del ser humano. Respecto a su origen, sigue siendo un misterio. Se sabe que determinadas estructuras del sistema nervioso son necesarias, aunque no suficientes. Este es el caso de la formación reticular o de las conexiones entre el tálamo y la corteza. Se supone que la consciencia está ligada a la actividad de la corteza cerebral, aunque no toda la corteza produce consciencia, como es el caso de la vía dorsal que va desde las áreas primarias de la visión al lóbulo parietal, o vía del “dónde” para la ubicación espacial de los objetos percibidos visualmente. Esta vía no es consciente.
5.- El dolor físico parece ser un mecanismo informativo bastante efectivo para mantenernos vivos y sanos. ¿Qué decir del dolor por la pérdida de un ser querido? ¿Qué explicación le daría? ¿Comparten estos dos tipos de dolor vías neuronales, tienen neurobiológicamente algo que ver uno con otro?
R.- Efectivamente el valor de supervivencia del dolor es obvio. Enfermos que no poseen la capacidad de sentirlo no viven mucho tiempo. Pero es cierto que el dolor no es sólo una sensación transmitida desde los receptores, llamados nociceptivos, al cerebro, sino que tiene un componente centrífugo, como muestran los casos de enfermos con miembros fantasma. Se supone que en todos los casos hay dos flujos sensoriales que interaccionan entre sí: uno que va desde la periferia al centro y otro del centro a la periferia. Esto explicaría por qué un dolor crónico es tan difícil de eliminar, a pesar de la sección de las vías que transmiten el dolor desde la periferia al centro. El dolor por la muerte de un ser querido no debería llamarse así, sino quizá aflicción, para diferenciarlo del dolor propiamiento dicho. No se trata de la misma sensación, sino de un sentimiento interno producido por estructuras del sistema límbico ante determinadas desgracias.
6.- ¿Cómo evoluciona el cerebro a lo largo de nuestras vidas? ¿Se puede decir que somos la misma persona en nuestras distintas edades?
R.- Ya he dicho anteriormente que el cerebro nos hace creer que sí, pero que no debe ser cierto. Hoy sabemos que el aprendizaje es capaz, incluso en el adulto, de modificar la microestructura cerebral, es decir, las conexiones entre las neuronas. Se supone que la macroestructura viene dada por herencia, pero la microestructura puede cambiar y no sólo para aumentar esas conexiones, sino también para que si no se usan, disminuyan. Los anglosajones lo expresan con la frase “use it or loose it”, o lo usas o lo pierdes.
7.- Usted, que ha investigado con animales, ¿Qué nos puede decir sobre el trato que reciben estos por parte de los investigadores? ¿Qué opina del Proyecto Gran Simio?
R.- No puedo opinar sobre el trato en general a los animales de experimentación. Sólo sé que existen unas reglas que hay que cumplir para evitar el sufrimiento de estos animales y que estas reglas ahora son europeas y muy rígidas. Es posible que se haya abusado, sobre todo se discutía durante mi estancia en Alemania el maltrato que daban algunas empresas farmacéuticas a los animales de experimentación. Supongo que las normativas europeas se aplican ahora con toda severidad. En principio nadie puede estar en contra de un trato “humano” a animales que tienen un cerebro muy desarrollado. Pero también hay que tener en cuenta lo que los animales de experimentación han supuesto para el avance científico. El problema surge cuando la compasión por los animales se convierte en una ideología y en un arma arrojadiza para cualquier campaña. El argumento genético, por ejemplo, que los simios tengan un genoma muy semejante al nuestro, no es riguroso. El genoma de la cebolla es tres veces mayor que el genoma humano y hay plantas con un genoma 50 veces mayor. ¿Deberíamos, por ello, dejar de comer cebollas? Es cierto que parece que algunos simios, no todos, tienen autoconsciencia, pero no sabemos si es la misma que la humana. Yo restringiría la experimentación con chimpancés, a no ser que sea absolutamente imprescindible en beneficio del ser humano. Cerrar la puerta a cualquier experimentación, o sustituirla por ordenadores, como algunos fanáticos partidarios de la supresión total de la experimentación animal argumentaban en Alemania en los años 60, me parecería suicida y absurdo.
8.- La polémica naturaleza/cultura, en la neurociencia, ¿podría darse sutilmente entre los que creen en un cerebro organizado en módulos y los que creen que las funciones están muy distribuidas, entre los que piensan que hay una gran plasticidad neuronal y los que piensan que esta no es suficiente para permitirnos grandes cambios, entre psicologicistas y biologicistas? ¿dónde se ubicaría usted?
R.- Suelo argumentar que el planteamiento dualista herencia/medio ambiente es un planteamiento equivocado. Los genes, que son el resultado evolutivo de la interacción del organismo con su entorno, tienen que expresarse en un entorno apropiado. Sin un entorno parlante, la mejor gramática universal innata sería inútil, como se ha mostrado en niños criados por fieras que nunca hablaron bien. Por tanto, preguntarse qué es más importante, no tiene mucho sentido. También fruto de un pensamiento dualista es la antítesis localización de funciones/distribución de ellas por todo el cerebro. Generalmente, cuando se plantean estas antinomias, el tiempo suele dar la razón a ambas partes. Es evidente, y el sistema visual es un claro ejemplo, que existe la localización, pero también lo es que la visión, como función, está distribuida por muchas regiones del cerebro. Lo mismo ocurre con la plasticidad/rigidez de las estructuras cerebrales. Ya he dicho antes que la microestructura es maleable, como lo indican muchos experimentos, tanto en seres humanos como en otros animales. Si no, ¿cómo se explicaría el mayor tamaño del hipocampo en los taxistas londinenses, que tienen que ejercer la memoria espacial, función que necesita de esa estructura del sistema límbico? No entiendo muy bien la diferenciación entre psicologicistas y biologicistas, otra antinomia, cuando en realidad no hay más que cerebro y sus funciones.
Ref: http://ilevolucionista.blogspot.com
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